Inmersión sin botella

Cuando la temperatura interna de tu cuerpo depende de la de tu entorno, vivir en el agua puede ser un auténtico desafío. Y como todo gran desafío en la evolución de la vida, requiere adaptaciones excepcionales...

Los galápagos leprosos (Mauremys leprosa), animales poiquilotermos, necesitan salir del agua para aumentar su temperatura corporal. En la foto un ejemplar adulto en el río Duratón, Segovia.
Los galápagos leprosos (Mauremys leprosa), animales poiquilotermos, necesitan salir del agua para aumentar su temperatura corporal. En la foto un ejemplar adulto en el río Duratón, Segovia.



Hay un aspecto sobre nuestro metabolismo que damos por hecho y a menudo pasamos por alto. Estamos acostumbrados a que nuestro cuerpo se mantenga a una temperatura constante y no siempre somos conscientes de lo que esto conlleva. Salvo que algo vaya mal, nuestra temperatura corporal se mantiene entre unos 36.1°C y 37.2°C. Esa es la temperatura a la que la mayor parte de procesos corporales de nuestro organismo, sus proteínas y enzimas funcionan de forma óptima. Sin embargo, para mantenerla en ese rango, los animales homeotermos afrontamos un gasto energético constante que evita que nuestra temperatura baje más de la cuenta. Del mismo modo hemos desarrollado estrategias de refrigeración de lo más variadas para librarnos del calor excesivo y evitar que nuestro organismo se sobrecaliente; en nuestro caso la producción de sudor para que el agua al evaporarse en nuestra piel absorba parte de nuestro calor.
Sin embargo, no todos los animales cuentan con estas estrategias. Los denominados poiquilotermos, entre los que se encuentran la mayoría de reptiles, peces, anfibios e insectos, no cuentan con mecanismos internos para aumentar su temperatura corporal. Para superar esta carencia, dependen de su entorno para regular su temperatura corporal, o han adaptado su metabolismo para funcionar a diferentes temperaturas, algo imposible para los homeotermos, que deben mantener niveles estables para funcionar correctamente.

Los protagonistas de esta entrada son los galápagos leprosos (Mauremys leprosa), una de las cuatro especies de quelonios terrestres autóctonos que existen en la Península Ibérica. Esta especie, que se extiende por el norte de África y toda la Península Ibérica salvo el norte y noroeste, está ligada a entornos con presencia de agua pero sin mucha corriente, donde se alimenta de vegetación acuática, invertebrados y carroña de otros vertebrados.
Como el resto de reptiles estos galápagos son poiquilotermos, pero cuando tu temperatura corporal depende de la de tu entorno, vivir en el agua puede ser un auténtico desafío. Incluso para nosotros, homeotermos, pasar demasiado tiempo en el agua puede suponer un riesgo de hipotermia si la temperatura corporal desciende unos pocos grados. Esto ocurre porque el agua disipa el calor entre 20 y 25 veces más rápido que el aire, forzando a estos animales a pasar parte de su tiempo soleándose sobre troncos y rocas en los márgenes de los ríos y embalses además de desarrollar importantes adaptaciones metabólicas y fisiológicas. Si en esta otra entrada ya hablamos de las increíbles estrategias que algunas aves han desarrollado para desenvolverse en el medio acuático; estos reptiles no se han quedado atrás. Cuando salen a la superficie, la radiación solar aumenta su temperatura corporal, que durante la insolación oscila en promedio entre los 24°C y 29°C y puede alcanzar los 32°C antes de volver sumergirse. Este comportamiento expone a los galápagos leprosos a posibles ataques de depredadores, por lo que si detectan cualquier amenaza se sumergirán rápidamente para ponerse a salvo.

Un ejemplar joven de galápago leproso toma el sol sobre un tronco mientras vigila atento la presencia de posibles peligros en los alrededores para tirarse al agua si fuese necesario. Río Duratón, Segovia.
Un ejemplar joven de galápago leproso toma el sol sobre un tronco mientras vigila atento la presencia de posibles peligros en los alrededores para tirarse al agua si fuese necesario. Río Duratón, Segovia.

Sin embargo, esta estrategia supone un triple compromiso entre el nivel de actividad, la duración de las inmersiones y la propia seguridad de los galápagos. El aumento de temperatura corporal y la actividad física y metabólica también presenta varios inconvenientes, aumentando a la par el consumo de oxígeno y la producción de dióxido de carbono en el organismo. Esto significa que a mayor temperatura, el intercambio de gases con el medio debe realizarse de forma más frecuente, forzando a estos animales a emerger a la superficie más a menudo aumentando el riesgo de convertirse en la presa de algún depredador, como pueden ser nutrias, jabalíes, zorros, o garzas. Pero los galápagos, junto al resto de tortugas (orden Testudines), cuentan con un as bajo la manga que les permite respirar bajo el agua. Bueno, no lo tienen precisamente bajo la manga...
Su respiración no es únicamente pulmonar, sino que tienen un mecanismo alternativo que les permite respirar cuando se encuentran bajo el agua sin tener que salir a la superficie. ¿Pero cómo?
Su cloaca, conducto por el que defecan, orinan y se aparean y ponen huevos, se encuentra fuertemente irrigada por una gran cantidad de vasos sanguíneos, lo que les permite llevar a cabo un intercambio gaseoso entre la sangre y el agua circundante a través de la fina piel en esa parte de su anatomía. De este modo, los galápagos como otras tortugas, absorben agua por la cloaca y la expulsan tras asimilar parte del oxígeno disuelto y liberar en ella dióxido de carbono disuelto en su sangre. El proceso ocurre de modo muy similar a los flujos de aire durante la respiración pulmonar. Sí, de forma muy básica y coloquial, podemos decir sin equivocarnos que "respiran por el culo".
De este modo, si consiguen mantener su temperatura corporal y actividad física en niveles no demasiado elevados, las inmersiones pueden alargarse por horas gracias a esta respiración acuática, menos eficaz que la pulmonar pero mucho más segura ya que no deben salir a la superficie. Es justo en esos momentos en los que abandonan el medio acuático, cuando es más fácil avistar a los galápagos leprosos. Sólo debemos buscar con atención en las riberas de los ríos y orillas de embalses para observar a estas interesantes criaturas tomando el sol, y pararnos a pensar por un momento sobre el porqué de este curioso comportamiento y todo lo que conlleva.


Y de propina...
Durante los meses más fríos, cuando la temperatura es demasiado baja y la radiación solar no es suficiente para calentar su cuerpo, los galápagos toman una decisión más drástica. Se hunden hasta el fondo del río o charca donde habitan y su cuerpo entra en un estado de letargo o hibernación durante el cual disminuyen sus funciones vitales al mínimo. Durante varios meses dejarán de comer y defecar, dependiendo completamente de la respiración acuática a través de su cloaca esperando a que las temperaturas vuelvan a ser favorables y les permitan retomar sus actividades.




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Geoemydidae
Mauremys
M.leprosa

Comentarios

  1. Buen reportaje del galápago leproso, me ha gustado mucho. Tienes un nuevo seguidor desde Cantabria, saludos.
    http://faunacompacta.blogspot.com/

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