De los cielos a los mares
El pingüino de Magallanes (Spheniscus magellanicus) se reproduce en las tierras más australes del continente Americano. Isla Magdalena (Chile). |
Con un cuerpo más parecido a un botijo que a la típica forma de ave a la que estamos acostumbrados, el pingüino de Magallanes (Spheniscus magellanicus), como el resto de pingüinos, ha dado la espalda a toda adaptación al vuelo adquirida desde que las aves comenzaron su camino de especialización al medio aéreo.
Bueno, vale que no siguen los cánones de belleza en lo que a aves se refiere, pero sería injusto compararlos con un botijo sin explicar las ventajas de este diseño corporal que realmente tiene bastante más similitudes con un barco o un torpedo.
Ya hemos visto algún grupo de aves adaptadas a la caza bajo el agua, pero los pingüinos ganan por goleada en lo que a buceo se refiere.
Han sacrificado toda posibilidad de levantar el vuelo al acortar y comprimir los huesos alares y han soldado sus articulaciones para convertir sus alas en auténticos remos que les sirven para propulsarse bajo el agua.
Al contrario que el resto de aves, con huesos esponjosos y ligeros para facilitar el vuelo; los pingüinos han aumentado la densidad de los suyos para pesar más y flotar menos. De este modo les es más energéticamente económico sumergirse en el océano en busca de alimento.
Todos sabemos lo extremadamente torpes que pueden llegar a ser en sus desplazamientos en tierra. Ocurre exactamente lo mismo cuando nosotros (con un cuerpo adaptado al caminar de forma bípeda y erguida) tratamos de caminar a cuatro patas como el resto de primates. El cuerpo de los pingüinos, como el de muchas aves y la mayoría de animales, es perfecto para desplazarse con la cabeza (donde se concentran por lo general los órganos de los sentidos y la boca) por delante. El único problema es que para este tipo de desplazamiento en tierra las patas deberían situarse, como ocurre en la mayoría de las aves, en la zona ventral, equilibrando así el peso y el centro de gravedad del cuerpo. Por esto, fuera del agua su vida en la colonia parece lenta y apacible, dedicando buena parte de su tiempo a descansar y alimentar a sus crías.
Sin embargo, exactamente igual que ocurre con las focas, que ni siquiera son capaces de tenerse en pie y cuya morfología corporal es tremendamente parecida a la de los pingüinos en un caso flagrante de convergencia evolutiva; las extremidades traseras de los pingüinos se sitúan en el extremo posterior del cuerpo. Allí cumplen perfectamente el papel de timón durante sus inmersiones, exactamente igual que ocurre con el timón en cualquier transporte acuático o subacuático inventado por el ser humano.
Por dentro, su cuerpo también está adaptado a la vida bajo el agua.
Sus músculos contienen grandes cantidades de mioglobina, una molécula análoga a la hemoglobina pero que actúa reteniendo el oxígeno en el tejido muscular.
Durante su búsqueda submarina de alimento, el oxígeno se convierte en un bien aún más preciado que fuera del agua. Los pingüinos deben decidir sobre dónde invertir el que tomaron en el momento de la inmersión. Para ello su organismo posee dos técnicas diferentes.
Cuando se sumergen su organismo cuenta con tres almacenes de oxígeno: el aire de los pulmones, la hemoglobina en la sangre y la mioglobina en los músculos. A medida que avanza el tiempo bajo el agua sus niveles de oxígeno van disminuyendo, especialmente en los músculos, que son los que más consumen durante los movimientos natatorios; de modo que éstos comienzan un metabolismo anaerobio, empezando a funcionar sin oxígeno. Este metabolismo tiene un inconveniente, y es que durante la producción anaerobia de energía en los músculos se acumula un subproducto conocido como ácido láctico, que puede resultar tóxico en grandes cantidades.
Es aquí donde los pingüinos deben optar por una de las dos estrategias. Por un lado, pueden seguir suministrando a los músculos oxígeno desde la sangre, disminuyendo el disponible para los órganos vitales (cerebro y corazón entre otros), lo que les permite seguir buceando por un tiempo limitado si no quieren poner en riesgo su vida. Por otro lado, pueden cortar el aporte de oxígeno a los músculos y seguir produciendo ácido láctico, alargando la inmersión pero alargando también el periodo de recuperación que tendrán que pasar fuera del agua hasta la siguiente inmersión mientras esperan a que descienda el ácido láctico acumulado por el metabolismo anaerobio de los músculos.
Estos expertos buceadores evalúan la situación y actúan en consecuencia según si les merece la pena prolongar esa inmersión por estar persiguiendo a un suculento grupo de sardinas que les va a aportar un valioso aporte nutritivo saciando su apetito durante un buen rato (parte del cual tendrán que reposar para disminuir los niveles del lactato generado); o regresar a la superficie a tomar aire y tener sus músculos listos para una nueva inmersión en busca de calamares o sardinas, que suponen el principal alimento del pingüino de Magallanes.
Pero no todas las adaptaciones son al agua y al frío.
Igual que los osos polares son la muestra inequívoca de que nos encontramos en el Polo Norte, la distribución de los pingüinos (salvo el de las Galápagos) se restringe al Hemisferio Sur. Esto es debido a que su aislamiento térmico es tan efectivo y su retención del calor tan eficiente, que las especies que frecuentan las zonas más templadas (como la especie de hoy que llega hasta las costas de Río de Janeiro en Brasil) tienden a sobrecalentarse. Por esto han tenido que incorporar medidas para disipar el calor, como zonas libres de plumas en el rostro que quedan expuestas al frío o una alta vascularización en las patas, que actúan como emisores de calor disminuyendo la temperatura corporal.
Y de propina...
En todo el globo, existen nada más y nada menos que 17 especies de pingüinos, todas adaptadas a la vida bajo el agua e incapaces de volar. Sin embargo, existen notables diferencias en cuanto al tamaño. El récord de estatura lo ostenta el pingüino emperador, que habita exclusivamente en la Antártida, con sus 120 centímetros de altura contrastando fuertemente con su pariente más pequeño, el pingüino enano de alas blancas, con tan sólo 30 centímetros de estatura.
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