Los ojos de la noche
Cuando nuestro día termina, una multitud de animales aprovechan el amparo de la noche para abandonar sus nidos y madrigueras. Un frenesí de actividad que pasa desapercibido a nuestros ojos pero no por ello juega un papel menos importante para el funcionamiento de los ecosistemas. En este mundo nocturno se dan los mismos roles que ocurren bajo la luz del Sol. Hay disputas por el territorio, anuncios para encontrar pareja, animales que comen y otros que son comidos.
Todo este ajetreo ocurre bajo la atenta vigilancia de aquellos que, inmóviles como piedras desde su posadero, registran cada movimiento y cada sonido, por diminuto que sea, que rompa el silencio y la quietud del bosque nocturno. Si algún animal desprevenido delata su posición, un vuelo prácticamente insonoro y unas afiladísimas garras pondrán fin a su vida.
Las Strigiformes son aves que se alimentan principalmente de noche, cazando pequeños mamíferos, reptiles y otras aves. Sus puntiagudas garras, con cuatro dedos enfrentados de dos en dos, y su potente pico les permiten cazar presas incluso cuando éstas les superan en tamaño. Pero lo que realmente los convierte en unos predadores excelentes son sus sentidos.
Son las únicas aves cuyos ojos se sitúan en la parte frontal de la cabeza permitiéndoles tener una visión estereoscópica única en este grupo animal. El tamaño de éstos es tal que pueden llegar a suponer hasta el 3% de su peso corporal. Por hacernos una idea, nuestros ojos suponen cerca de 3 diezmilésimas partes (0,0003%) de nuestro peso. Además, sus globos oculares no son esféricos u ovalados como los de la mayoría de los animales. Es más, ni siquiera se puede decir que tengan "globos" oculares puesto que sus ojos tienen forma tubular. Como la mayor parte de su actividad se centra en las horas de menos luz, su retina posee un millón de bastones (receptores de luz) por milímetro cuadrado, cinco veces más que la nuestra, además de un tapetum lucidum, que refleja la luz en el fondo del ojo mejorando la visión.
Por si les faltase algo para convertirse en los ojos perfectos, al igual que otras aves, reptiles y algunos mamíferos; las rapaces nocturnas cuentan con un membrana translúcida que actúa como un tercer párpado que, en el momento de atrapar a su presa, les permite mantener el contacto visual sin comprometer la integridad del ojo.
Pero claro, no todo pueden ser ventajas en este diseño. Debido precisamente a su situación y su gran tamaño, los ojos necesitan de un anillo esclerótico óseo que los fija al cráneo y que les da esa forma tubular pero que también limita enormemente su movimiento, que es prácticamente nulo, y con él su ángulo de visión.
Cómo no, estas espectaculares aves han encontrado una solución perfecta a este problema. Toda una obra de ingeniería anatómica: Si no puedes mover los ojos, mueve la cabeza.
No quiero provocar lesiones cervicales a ningún lector, pero nuestro cuello no gira más de 180° de derecha a izquierda. Si girase mucho más se nos romperían las vértebras cervicales o se nos estrangularían las arterias cortando el riego sanguíneo al cerebro. Pues bien, las rapaces nocturnas pueden girar la cabeza 270°.
¿Y cómo hacen para seguir llevando sangre al cerebro durante estos giros?
La primera diferencia con nosotros son sus 14 vertebras cervicales de su cuello (contra las 7 que tiene el nuestro), que les otorgan una mayor flexibilidad no sólo para mirar a los lados sino hacia arriba y abajo. Pero la diferencia más llamativa tiene que ver con los vasos sanguíneos a su paso por el cuello y su entrada al cráneo.
Por el cuello pasan dos pares de arterias que llevan sangre al cerebro: las arterias cervicales ascendentes y las carótidas. En la práctica totalidad de vertebrados, como en nosotros, las carótidas ascienden por la parte delantera de las vertebras cervicales y las arterias cervicales lo hacen por los laterales protegidas en pequeños canales de hueso que hay en cada una de las vértebras. Pero en las rapaces nocturnas tanto las carótidas como las arterias cervicales se alojan en canales dentro de las vértebras (ver imagen). Se encuentran así más cerca del centro de la vértebra y se alojan en huecos de mayor tamaño y rodeadas de aire; de modo que al girar el cuello no sufren tanta torsión como si estuviesen en los bordes, minimizando la posibilidad de interrumpir el flujo sanguíneo.
Además, en su entrada al cráneo, las arterias carótidas se fusionan durante unos centímetros de forma que, si durante un movimiento extremo una de ellas se estrangula, la sangre se redirige a la otra y el riego cerebral queda asegurado. Y como remate en cada arteria existen unos ensanchamientos que, en caso de que se interrumpa el paso de sangre, sirven de reservorio hasta que éste se vuelva a restaurar.
Como vemos, la aparente facilidad con la que estas aves giran la cabeza hasta puntos extremos está fundamentada en todo tipo de adaptaciones anatómicas adquiridas durante millones de años de evolución (recordemos que taxonómicamente son dinosaurios). Todas ellas hacen de las rapaces nocturnas unos depredadores formidables.
Y de propina...
A pesar de contar con uno de los sentidos de la vista más agudos de todo el reino animal un estudio reciente confirmó que, en condiciones de oscuridad absoluta, las rapaces nocturnas pueden servirse exclusivamente de su capacidad auditiva, extremadamente sensible, para capturar a sus presas con gran precisión. Pero eso ya es otra entrada...
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