Un banquete fúnebre
Si hay algo después de la muerte es sin duda alguna la llegada de los buitres.
Todas las especies de un ecosistema, sin excepción, desde los animales y vegetales hasta los hongos y bacterias, están interrelacionados en lo que llamamos redes tróficas. Si nos paramos a pensar en quiénes dominan estas redes tróficas seguramente pensaríamos en los superpredadores: lobos, águilas, leones, pumas... Pero la realidad es que la última palabra no la tienen ellos. Es más, no la tiene nadie, porque se trata de una red y como tal no tiene principio ni final. Y precisamente ahí está la clave, el reciclaje no es una opción en la naturaleza. Es un proceso imprescindible para cualquier ecosistema recircular su materia orgánica, pues sin organismos que la degradasen sería cuestión de tiempo que todos los nutrientes quedasen inutilizables atrapados en los cadáveres de los consumidores. El carbono, el nitrógeno y todos los demás nutrientes que componen cualquier ser vivo son mineralizados y reutilizados para volver a formar moléculas orgánicas complejas en otros organismos. Así que cuando a algún animal le llega la hora de morir, se convierte en una fuente de valiosísimos recursos para el resto del ecosistema. Nuestros protagonistas de hoy se han especializado en aprovechar esos recursos que la muerte ofrece.
Los buitres leonados (Gyps fulvus) están entre las aves más grandes del continente europeo con unos impresionantes 260 centímetros de envergadura y hasta 11 kilogramos de peso. Estas dimensiones deberían suponer un auténtico impedimento a la hora de volar, y un gasto energético insostenible. Sin embargo, estas aves pueden recorrer distancias de varios cientos de kilómetros cada día en busca de comida. ¿Cómo lo hacen?
Batir unas alas de ese tamaño durante tantas horas supondría un auténtico derroche energético, especialmente para un animal que puede pasar varias semanas sin ingerir alimento. Es por eso que estas aves han aprendido a aprovechar su entorno de una forma muy eficaz. Cuando la radiación solar calienta el suelo y los cortados rocosos donde habitan, el aire circundante se calienta y asciende. Estas corrientes pueden alcanzar varios miles de metros de altitud y los buitres han aprendido a utilizarlas a su favor, ahorrando gran cantidad de esfuerzo. De esta forma, su enorme envergadura alar, lejos de suponer un impedimento, les confiere una enorme superficie de sustentación que les permite planear en espiral durante horas ascendiendo varios miles de metros sin batir las alas ni una sola vez. Desde las alturas, sirviéndose de su agudísimo sentido de la vista, forman auténticas redes de vigilancia y esperan a que la muerte haga su trabajo.
La distancia recorrida durante sus desplazamientos varía acorde con los días que llevan sin comer. Durante los primeros días de ayuno se alejan más de sus dormideros para maximizar las posibilidades de encontrar alimento. Pero si esta estrategia no resulta y el ayuno continúa, en los días siguientes disminuirán la distancia de los desplazamientos con el fin de minimizar el gasto energético y centrarán la búsqueda en zonas más cercanas a sus lugares de descanso. Pero no son cadáveres todo lo que buscan. Escudriñan el paisaje en busca de cualquier indicio que pueda delatar la presencia de carroña. Resulta que unos de los primeros en advertir un nuevo cadáver son los córvidos, que aunque carecen de la herramienta necesaria para acceder al interior del cadáver, dan el pistoletazo de salida indicando su posición al resto de carroñeros. Los buitres han aprendido a asociar las iridiscencias y reflejos de sus aleteos con la presencia de comida. Así, tras unas vueltas de reconocimiento para asegurarse de que la zona está libre de amenazas, los buitres se lanzan en un descenso directo hacia el cadáver. Entre el riesgo de descender al suelo y el hambre, la balanza siempre termina inclinándose hacia lo segundo. En cuanto el primer buitre comienza a perder altura, los buitres vecinos centran su interés en la zona y se acercan a tomar su parte. Uno tras otro descienden hacia el cadáver. Comienza el festín.
En cuestión de unos pocos minutos decenas, e incluso cientos de buitres hambrientos llegan de zonas aledañas a reclamar su parte del botín. Su poderosísimo pico es capaz de perforar con facilidad la piel que protege la nutritiva recompensa y su cuello desplumado facilita el acceso al interior del cadáver a través de cualquier orificio. Y no son los únicos. Milanos, alimoches, zorros... el alboroto que se forma sirve de reclamo a cualquier carroñero en kilómetros a la redonda. Una vez comenzado el banquete el tiempo apremia. Se desata un auténtico frenesí en el que picos afilados y poderosas garras perforan, despiezan y desgarran cualquier pedazo de carne al que tengan acceso. En esta multitud caótica todos tratan de abrirse camino y conseguir el mejor bocado a base de ásperos graznidos y amenazantes picotazos. Las especies más pequeñas encuentran, entre el tremendo alboroto ocasionado, la oportunidad de agenciarse pequeños pedazos de carne. Entre los buitres, los ejemplares más adultos suelen tomar la iniciativa y acceden primero al cadáver mientras que los jóvenes suelen aparecer más tarde.
Pocos minutos más tarde todo lo que queda son unos huesos prácticamente limpios de todo resto de carne y el grupo se empieza a disolver en busca de algún dormidero donde llevar a cabo la pesada digestión. Vuelta a la calma. Donde antes se encontraba un cadáver completo, ahora los córvidos, milanos y algún juvenil de buitre rezagado se disputan las menudencias que hayan quedado por la zona. Pero ya poco queda por aprovechar, tan solo unos huesos desperdigados con escaso valor nutritivo... según para quién (pero ese tema merece otra entrada).
Tanto los buitres leonados como el resto de aves necrófagas, estigmatizadas por el imaginario popular desde antiguo, juegan un papel crucial en el funcionamiento de los ecosistemas. Procesando los cadáveres de una forma tan eficaz controlan la propagación de enfermedades y aceleran el reciclaje de la materia orgánica. En definitiva, son el mejor servicio de limpieza que se pueda imaginar. Desde los comienzos de la ganadería los buitres han vivido vinculados a esta actividad tradicional aprovechando los cadáveres que el rebaño dejaba a su paso. Sin embargo, la sustitución de la ganadería extensiva por métodos intensivos de cría en granjas compromete la supervivencia a largo plazo de estas aves. No obstante, sus principales causas de muerte no derivan de la falta de alimento. El uso de venenos, los tendidos eléctricos sin señalizar, los medicamentos suministrados al ganado, las turbinas eólicas e incluso los injustificables disparos hacia estas aves, cuya identificación ofrece poco margen de confusión con especies de interés cinegético; siguen siendo las principales amenazas a las que se enfrentan.
En España tenemos la gran suerte de contar con cuatro especies diferentes de buitres que nidifican en nuestro territorio, además de visitas regulares de una quinta especie divagante desde África. En el caso del buitre leonado, la población española, dramáticamente disminuida durante la primera mitad del siglo XX por la persecución directa y el uso de venenos, ha experimentado una impresionante recuperación y en la actualidad contamos con las mayores colonias de todo el continente europeo en los ríos Riaza y Duratón. Anidan en oquedades en los cortados rocosos de toda la península a menudo congregándose en enormes colonias de varios cientos de parejas reproductoras. El abandono de la ganadería tradicional ha hecho necesaria la creación de puntos de alimentación suplementaria o muladares donde se deposita el ganado muerto o los restos de reses tras su despiece y el correspondiente análisis sanitario. Este aporte de alimento es especialmente importante cuando las condiciones climáticas son adversas o el número de herbívoros presentes de forma natural disminuye.
El futuro de estas maravillosas aves y de sus incalculables servicios ecosistémicos pasa por la erradicación de los venenos, la señalización de tendidos eléctricos y la recuperación de las técnicas de ganadería tradicional. Depende de nuestras decisiones que esas majestuosas siluetas desaparezcan o sigan surcando los cielos muchos años más.
Y de propina...
El 90% de los individuos juveniles de buitre leonado, es decir más de 4.000 al año, migran al continente africano durante el otoño mezclándose con las poblaciones africanas y a menudo volviendo a la península durante los siguientes años. El tramo más comprometido en su camino es, sin duda, el cruce el Estrecho de Gibraltar. Antes de lanzarse a semejante desafío forman grupos de varias decenas que tardan alrededor de 20 minutos en cruzar los 14 kilómetros que separan la península del continente africano. El problema es que las corrientes térmicas que utilizan para planear son prácticamente inexistentes sobre el océano. Se ven entonces obligados a mantener un aleteo constante, realizando un esfuerzo descomunal. No es extraño que un grupo se de la vuelta a mitad de camino si las condiciones son muy adversas o incluso que algunos individuos no logren mantener el ritmo y caigan al mar.
Los ejemplares adultos de buitre leonado (Gyps fulvus) presentan un collar o "gola" de pluma blanca y aspecto algodonoso, un pico de color hueso y los iris anaranjados. Aínsa (Huesca). |
Todas las especies de un ecosistema, sin excepción, desde los animales y vegetales hasta los hongos y bacterias, están interrelacionados en lo que llamamos redes tróficas. Si nos paramos a pensar en quiénes dominan estas redes tróficas seguramente pensaríamos en los superpredadores: lobos, águilas, leones, pumas... Pero la realidad es que la última palabra no la tienen ellos. Es más, no la tiene nadie, porque se trata de una red y como tal no tiene principio ni final. Y precisamente ahí está la clave, el reciclaje no es una opción en la naturaleza. Es un proceso imprescindible para cualquier ecosistema recircular su materia orgánica, pues sin organismos que la degradasen sería cuestión de tiempo que todos los nutrientes quedasen inutilizables atrapados en los cadáveres de los consumidores. El carbono, el nitrógeno y todos los demás nutrientes que componen cualquier ser vivo son mineralizados y reutilizados para volver a formar moléculas orgánicas complejas en otros organismos. Así que cuando a algún animal le llega la hora de morir, se convierte en una fuente de valiosísimos recursos para el resto del ecosistema. Nuestros protagonistas de hoy se han especializado en aprovechar esos recursos que la muerte ofrece.
Los buitres leonados (Gyps fulvus) están entre las aves más grandes del continente europeo con unos impresionantes 260 centímetros de envergadura y hasta 11 kilogramos de peso. Estas dimensiones deberían suponer un auténtico impedimento a la hora de volar, y un gasto energético insostenible. Sin embargo, estas aves pueden recorrer distancias de varios cientos de kilómetros cada día en busca de comida. ¿Cómo lo hacen?
Batir unas alas de ese tamaño durante tantas horas supondría un auténtico derroche energético, especialmente para un animal que puede pasar varias semanas sin ingerir alimento. Es por eso que estas aves han aprendido a aprovechar su entorno de una forma muy eficaz. Cuando la radiación solar calienta el suelo y los cortados rocosos donde habitan, el aire circundante se calienta y asciende. Estas corrientes pueden alcanzar varios miles de metros de altitud y los buitres han aprendido a utilizarlas a su favor, ahorrando gran cantidad de esfuerzo. De esta forma, su enorme envergadura alar, lejos de suponer un impedimento, les confiere una enorme superficie de sustentación que les permite planear en espiral durante horas ascendiendo varios miles de metros sin batir las alas ni una sola vez. Desde las alturas, sirviéndose de su agudísimo sentido de la vista, forman auténticas redes de vigilancia y esperan a que la muerte haga su trabajo.
La distancia recorrida durante sus desplazamientos varía acorde con los días que llevan sin comer. Durante los primeros días de ayuno se alejan más de sus dormideros para maximizar las posibilidades de encontrar alimento. Pero si esta estrategia no resulta y el ayuno continúa, en los días siguientes disminuirán la distancia de los desplazamientos con el fin de minimizar el gasto energético y centrarán la búsqueda en zonas más cercanas a sus lugares de descanso. Pero no son cadáveres todo lo que buscan. Escudriñan el paisaje en busca de cualquier indicio que pueda delatar la presencia de carroña. Resulta que unos de los primeros en advertir un nuevo cadáver son los córvidos, que aunque carecen de la herramienta necesaria para acceder al interior del cadáver, dan el pistoletazo de salida indicando su posición al resto de carroñeros. Los buitres han aprendido a asociar las iridiscencias y reflejos de sus aleteos con la presencia de comida. Así, tras unas vueltas de reconocimiento para asegurarse de que la zona está libre de amenazas, los buitres se lanzan en un descenso directo hacia el cadáver. Entre el riesgo de descender al suelo y el hambre, la balanza siempre termina inclinándose hacia lo segundo. En cuanto el primer buitre comienza a perder altura, los buitres vecinos centran su interés en la zona y se acercan a tomar su parte. Uno tras otro descienden hacia el cadáver. Comienza el festín.
En cuestión de unos pocos minutos decenas, e incluso cientos de buitres hambrientos llegan de zonas aledañas a reclamar su parte del botín. Su poderosísimo pico es capaz de perforar con facilidad la piel que protege la nutritiva recompensa y su cuello desplumado facilita el acceso al interior del cadáver a través de cualquier orificio. Y no son los únicos. Milanos, alimoches, zorros... el alboroto que se forma sirve de reclamo a cualquier carroñero en kilómetros a la redonda. Una vez comenzado el banquete el tiempo apremia. Se desata un auténtico frenesí en el que picos afilados y poderosas garras perforan, despiezan y desgarran cualquier pedazo de carne al que tengan acceso. En esta multitud caótica todos tratan de abrirse camino y conseguir el mejor bocado a base de ásperos graznidos y amenazantes picotazos. Las especies más pequeñas encuentran, entre el tremendo alboroto ocasionado, la oportunidad de agenciarse pequeños pedazos de carne. Entre los buitres, los ejemplares más adultos suelen tomar la iniciativa y acceden primero al cadáver mientras que los jóvenes suelen aparecer más tarde.
Pocos minutos más tarde todo lo que queda son unos huesos prácticamente limpios de todo resto de carne y el grupo se empieza a disolver en busca de algún dormidero donde llevar a cabo la pesada digestión. Vuelta a la calma. Donde antes se encontraba un cadáver completo, ahora los córvidos, milanos y algún juvenil de buitre rezagado se disputan las menudencias que hayan quedado por la zona. Pero ya poco queda por aprovechar, tan solo unos huesos desperdigados con escaso valor nutritivo... según para quién (pero ese tema merece otra entrada).
Tanto los buitres leonados como el resto de aves necrófagas, estigmatizadas por el imaginario popular desde antiguo, juegan un papel crucial en el funcionamiento de los ecosistemas. Procesando los cadáveres de una forma tan eficaz controlan la propagación de enfermedades y aceleran el reciclaje de la materia orgánica. En definitiva, son el mejor servicio de limpieza que se pueda imaginar. Desde los comienzos de la ganadería los buitres han vivido vinculados a esta actividad tradicional aprovechando los cadáveres que el rebaño dejaba a su paso. Sin embargo, la sustitución de la ganadería extensiva por métodos intensivos de cría en granjas compromete la supervivencia a largo plazo de estas aves. No obstante, sus principales causas de muerte no derivan de la falta de alimento. El uso de venenos, los tendidos eléctricos sin señalizar, los medicamentos suministrados al ganado, las turbinas eólicas e incluso los injustificables disparos hacia estas aves, cuya identificación ofrece poco margen de confusión con especies de interés cinegético; siguen siendo las principales amenazas a las que se enfrentan.
En España tenemos la gran suerte de contar con cuatro especies diferentes de buitres que nidifican en nuestro territorio, además de visitas regulares de una quinta especie divagante desde África. En el caso del buitre leonado, la población española, dramáticamente disminuida durante la primera mitad del siglo XX por la persecución directa y el uso de venenos, ha experimentado una impresionante recuperación y en la actualidad contamos con las mayores colonias de todo el continente europeo en los ríos Riaza y Duratón. Anidan en oquedades en los cortados rocosos de toda la península a menudo congregándose en enormes colonias de varios cientos de parejas reproductoras. El abandono de la ganadería tradicional ha hecho necesaria la creación de puntos de alimentación suplementaria o muladares donde se deposita el ganado muerto o los restos de reses tras su despiece y el correspondiente análisis sanitario. Este aporte de alimento es especialmente importante cuando las condiciones climáticas son adversas o el número de herbívoros presentes de forma natural disminuye.
El futuro de estas maravillosas aves y de sus incalculables servicios ecosistémicos pasa por la erradicación de los venenos, la señalización de tendidos eléctricos y la recuperación de las técnicas de ganadería tradicional. Depende de nuestras decisiones que esas majestuosas siluetas desaparezcan o sigan surcando los cielos muchos años más.
Y de propina...
El 90% de los individuos juveniles de buitre leonado, es decir más de 4.000 al año, migran al continente africano durante el otoño mezclándose con las poblaciones africanas y a menudo volviendo a la península durante los siguientes años. El tramo más comprometido en su camino es, sin duda, el cruce el Estrecho de Gibraltar. Antes de lanzarse a semejante desafío forman grupos de varias decenas que tardan alrededor de 20 minutos en cruzar los 14 kilómetros que separan la península del continente africano. El problema es que las corrientes térmicas que utilizan para planear son prácticamente inexistentes sobre el océano. Se ven entonces obligados a mantener un aleteo constante, realizando un esfuerzo descomunal. No es extraño que un grupo se de la vuelta a mitad de camino si las condiciones son muy adversas o incluso que algunos individuos no logren mantener el ritmo y caigan al mar.
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