Estrellas de la tierra
Estrella de tierra (Astraeus hygrometricus) creciendo en un claro de un encinar en el Monte de El Pardo (Madrid). |
A pesar de ser uno de esos seres vivos cuya presencia solemos pasar por alto, como vimos en esta entrada los hongos tienen papeles ecosistémicos tremendamente importantes para el reciclaje de la materia orgánica en nuestro planeta. Desde sus complejísimas relaciones filogenéticas, que estamos empezando a desentrañar desde hace pocos años, los hongos presentan una impresionante diversidad de formas y tamaños que abarcan desde una pocas micras en el caso de algunas especies unicelulares hasta los varios cientos de hectáreas de extensión de algunos ejemplares de la clase Agaricomycetes.
Así es, estos hongos cuentan entre sus filas con el ser vivo más grande del planeta Tierra: un solo ejemplar del género Armillaria ostoyae que alcanza cerca de 900 hectáreas de extensión (aunque hay cierta discrepancia desde el hallazgo de un ejemplar Posidonia oceanica en Baleares que podría superar esta extensión). Pero ¿es posible que nos pasen tan desapercibidos pudiendo llegar a ser tan descomunalmente grandes? Pues la gran mayoría de las veces sí.
La razón está en la morfología y los hábitos de vida de estos hongos. Mientras que algunos crecen sobre diferentes superficies como madera o algún otro resto de materia orgánica (incluyendo las naranjas, tomates o pan de molde que olvidamos en nuestra nevera más tiempo del recomendado), otros muchos desarrollan la mayor parte de su ciclo de vida bajo el suelo. Pero la cosa va más allá, y es que aunque los desenterrásemos y los tuviésemos delante de nuestras narices muchas veces no seríamos capaces de distinguirlos sin la ayuda de una buena lupa o un microscopio. Sus células, con dos núcleos cada una y paredes celulares de quitina que les ayudan a aislarse del exterior y retener mejor el agua, de la que dependen muy estrechamente; crecen en hileras formando diminutos filamentos conocidos como hifas, que en conjunto conforman el micelio o cuerpo vegetativo del hongo. Desarrollándose bajo tierra consiguen un entorno húmedo y con materia orgánica de la que nutrirse a su alcance.
Las hifas crecen ramificándose, igual que las raíces de las plantas, de modo que multiplican su superficie de contacto con el medio, aumentando por tanto su acceso a los nutrientes. Pero poco tiene que ver su nutrición con la de las plantas. Para aprovechar la materia orgánica que alcanzan con sus hifas, las células de los hongos secretan al exterior enzimas digestivas que degradan las moléculas complejas de su entorno en otras de menor tamaño. Los productos de esta digestión externa son absorbidos por las células del hongo a través de su pared celular. Su alimentación es por lo tanto heterótrofa, generalmente a base de materia orgánica muerta, aunque hay especies que parasitan organismos vivos.
Pero esta forma de vida subterránea y sedentaria presenta un inconveniente muy importante... ¿Cómo hacer para reproducirse con otros ejemplares y colonizar nuevos territorios? Ya vimos cómo se desenvuelven algunas plantas a la hora de reproducirse, pero los Agaricomycetes, como nuestros protagonistas de hoy, deben buscar una forma de salir a la superficie antes de liberar sus esporas para que puedan ser diseminadas por el viento u otros agentes. Y la han encontrado.
Cuando llegan las condiciones propicias de humedad y temperatura, lo que en nuestras latitudes suele ocurrir sobre todo en otoño y primavera, y el hongo cuenta con suficientes reservas (generalmente en forma de glucógeno); las mismas hifas que forman el micelio se reúnen, aglomeran y especializan para formar un cuerpo compacto que será la única parte del hongo que emerja al exterior. Esa estructura altamente especializada y diferenciada es el basidiocarpo, también conocido como seta. Su papel es elevarse sobre el suelo y liberar millones y millones de esporas al medio exterior. Éstas se producen en una superficie denominada himenio donde terminan multitud de hifas que producen estas microscópicas partículas. Las esporas de los hongos viajan muy fácilmente por el aire, pero para poder germinar deben caer, por azar, en un lugar con unas condiciones muy particulares de humedad, luz y temperatura. Esta formación del basidiocarpo es exclusiva de los hongos basidiomicetos, que han desarrollado esta particularidad buscando las más originales estrategias para garantizarse el éxito a la hora de reproducrise.
Un caso de lo más curioso es el de la especie protagonista de hoy, Astraeus hygrometricus. Este hongo produce un basidiocarpo que surge como una bola blanquecina a ras de suelo. Al madurar, todo el basidiocarpo se independiza del micelio, subterráneo, y su capa más externa o exoperidio se desgaja formando unos brazos o lacinias a modo de estrella y dejando expuesto el endoperidio más fino y con forma de saco globoso. Dentro de este saco se encuentra un particular himenio conocido como gleba, que produce las incontables esporas que sólo podrán salir al exterior a través de un orificio central o peristoma que comunica con el exterior. Este hongo ha ido aún un paso más allá. El apellido hygrometricus (medidor de humedad) le viene por una buena razón. Cuando el ambiente es húmedo y por tanto favorable para que las esporas germinen allá donde caigan, los brazos estrellados del exoperidio se abren y dejan expuesto el saco del endoperidio, lleno de esporas. Las propias gotas de lluvia, el viento o cualquier animal que golpee dicho saco hará que las esporas sean expulsadas por el orificio y empiecen su viaje suspendidas en el aire. En caso contrario, si el ambiente es muy seco, los brazos de la estrella del exoperidio se cerrarán, evitando que el saco quede expuesto y adoptando forma esférica. Esto permite a toda la estructura rodar, haciéndole más sencillo colonizar nuevos ambientes o encontrar un lugar húmedo donde volver expandirse y dispersar las esporas que lo tendrán más fácil para encontrar un nicho donde germinar en esta nueva ubicación.
El endoperidio, de forma globosa contiene millones de esporas que serán liberadas por efecto de cualquier impacto y viajarán suspendidas en el aire para dar lugar a una nueva generación. |
Una vez germinada una espora, que cuenta con la mitad del material genético del hongo progenitor, genera una hifa primaria con un sólo núcleo en sus células. Ésta debe encontrarse con otra que contenga un núcleo con la otra parte del material genético para fusionarse con ella, posibilitando así la reproducción sexual y el intercambio de material genético entre ejemplares. Este proceso de producción de esporas mononucleadas y posterior fusión de hifas primarias para producir las células con doble núcleo (dicarióticas) del hongo es digno de explicar en una entrada aparte.
Como vemos, sin capacidad de desplazamiento voluntario y viviendo bajo tierra, estos hongos no se desenvuelven nada mal cuando se trata de reproducirse y asegurar su descendencia.
Y de propina...
Hace al menos 400 millones de años algunos hongos se asociaron con las raíces de algunas especies de plantas generando una simbiosis, conocida como micorriza, mediante la cual el hongo aporta una mayor cantidad de nutrientes a la planta de los que obtendría por sí sola, utilizando a cambio algunos de los carbohidratos que la planta produce mediante la fotosíntesis. Un mismo ejemplar de hongo puede asociarse a raíces de diferentes ejemplares de plantas creando una micorriza que actúa como una auténtica red que puede llegar a conectar a cientos o incluso miles de árboles. Tantísimo éxito han tenido estas asociaciones a lo largo de la historia de la vida en la Tierra que el 80% de las especies de plantas terrestres actuales las presenta en sus raíces. Se han encontrado en fósiles y se cree que jugaron un papel crucial en la conquista del medio terrestre por parte de las plantas. Algunas de ellas, como las orquídeas, son completamente dependientes de la micorriza para su supervivencia tras la germinación.
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Agaricomycetes
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Agaricomycetidae
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Boletales
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Dyplocistaceae
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Astraeus
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A. hygrometricus
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