La caza y los genes
Hubo un tiempo en el que cuatro cabras montesas diferentes saltaban por los roquedos de los montes de la Península Ibérica. Y no, no hace hace tanto de aquello. Hace tan solo un siglo y medio.
Contra lo que pueda parecer hoy en día, a principios del siglo pasado las cabras montesas de Gredos (Capra pyrenaica victoriae) como las que vemos en las fotografías de esta entrada, estuvieron a un pequeño paso de la extinción. Tras cientos de años de caza descontrolada para consumir su carne, usar sus pieles y exponer sus cabezas y cornamentas como trofeo, en 1905 en la Sierra de Gredos se censaron tan sólo doce ejemplares. Las rocas graníticas de estos montes albergaban entonces los únicos representantes de esta subespecie en todo el planeta.
Fue esta situación la que llevó al monarca Alfonso XIII a declarar el Refugio Real de Caza de la Sierra de Gredos y así, limitando su caza, se consiguió evitar la extinción de esta cabra. Partiendo de esa docena de individuos, en 1970 la población se había recuperado hasta alcanzar los 3500 ejemplares en libertad. Sin embargo, desde entonces las cabras tendrían que arrastrar las consecuencias de la pérdida de variabilidad genética por el resto de sus días.
Un siglo más tarde y lejos de haber aprendido de la experiencia, en el año 2000 desaparecía de la faz de la Tierra el último ejemplar de bucardo (Capra pyrenaica pyrenaica). Exactamente igual que ocurrió con la cabra de Gredos, el bucardo llevaba siendo objeto de persecución cinegética varios siglos, pero en este caso la historia terminó de otra forma. En 1880 su población quedó relegada al valle de Ordesa, pero esto no hizo sino convertirlo en un objetivo aún más codiciado por cazadores de toda Europa, que siguieron acudiendo a los Pirineos a llevarse sus, cada vez más exclusivos, trofeos a casa. La persecución de esta subespecie con fines cinegéticos seguiría permitiéndose durante unas décadas más.
Es en 1913 cuando por fin se pone freno a la caza legal del bucardo y en 1918 su entorno queda protegido con la declaración del Parque Nacional del valle de Ordesa. Pero los ejemplares que se aventuraban fuera del parque seguían corriendo el riesgo de ser abatidos por algún cazador, y sin duda así fue. A pesar de las peticiones del director del Parque Nacional de Ordesa en 1981 para comenzar un plan de recuperación, la administración se olvidó del bucardo hasta 1989. Entonces, el primer censo oficial en el parque se cerró, tras un año y medio de búsqueda, con seis ejemplares: dos machos, tres hembras y una cría. Estos animales arrastraban defectos hereditarios derivados de más de cien años de aislamiento genético y consanguinidad.
Demasiado tarde, en 1993 y con financiación europea comenzó el ansiado plan de recuperación del bucardo. Para entonces ni los dos machos (ni sus cadáveres) se encontraron por ningún rincón del parque. Se optó por hibridar las hembras con machos de la subespecie Capra pyrenaica hispanica por ser la genéticamente más cercana al bucardo. La primera hembra capturada en 1996 para la cría en cautividad murió nueve meses después probablemente por una infección intestinal agravada por un fallo de un sistema inmune notablemente desmejorado como herencia del prolongado empobrecimiento genético de aquél último grupo de bucardos.
Como última opción, se decidió introducir tres machos de la subespecie hispanica en Ordesa para dejar que ocurriese un cruce en libertad. El primero de ellos murió en veinte días y los otros dos no consiguieron fecundar a Laña, la última cabra pirenaica, que murió aplastada por un abeto el 6 de enero del año 2000 poniendo el punto final a la existencia del bucardo, la cabra montés más antigua de aquellas que hayan pisado la península en tiempos recientes, descendiente de las cabras de los Alpes y antepasado de todas las demás subespecies de Capra pyrenaica.
Tan solo tres años después comenzó un controvertido proyecto para crear un clon de aquella hembra introduciendo el material genético extraído de sus restos dentro de un óvulo de cabra hispánica. El pequeño cabrito de este experimento vivió tan sólo 7 minutos, hasta que un pulmón mal irrigado terminó con su breve existencia. Se atribuye este fracaso a la mala calidad de aquellos genes, aunque la idea de la clonación aún sigue resurgiendo cada cierto tiempo.
Esta disminución de la variabilidad genética que sufrió el bucardo en sus últimos días y que sufre hoy en día la cabra de Gredos y la mayoría de grandes mamíferos del planeta, está provocada por lo que en genética de poblaciones se conoce como un "cuello de botella". Es un proceso que ocurre por una disminución drástica del número de ejemplares de una población que queda aislada del resto, bien de forma natural, bien por efecto de la presión antrópica a través de la caza, la destrucción y la fragmentación de su hábitat entre otras.
Sucede entonces, que unos pocos individuos se ven obligados a reproducirse entre sí a lo largo de varias generaciones. Su material genético es cada vez más parecido entre sí, perdiendo las pequeñas diferencias entre individuos y poblaciones que existen de forma natural y que confieren a las especies capacidad para adaptarse a los cambios. Así, si este reducido acervo genético incluye por azar alguna mutación que hace a sus portadores propensos, por ejemplo, a padecer alguna enfermedad, dicha mutación se heredará sin remedio por las generaciones siguientes y se extenderá a toda la población ante la ausencia de unos genes más competentes. La selección natural perderá capacidad de acción para favorecer a los individuos más aptos al ser todos prácticamente homogéneos desde un punto de vista genético y la población entera será más frágil ante cambios en su entorno, conduciendo tarde o temprano al declive de la especie.
La primera en desaparecer fruto de la caza intensaiva en el siglo XIX fue la Capra pyrenaica lusitanica, que habitaba los montes occidentales de la Península Ibérica.
El bucardo o subespecie pyrenaica desapareció como hemos visto, nada más comenzar el milenio.
La subespecie victoriae o cabra de Gredos, estuvo a punto de correr su misma suerte a principios del siglo pasado y aunque se pudo recuperar a tiempo, todos los ejemplares actuales son descendientes de cerca de doce ejemplares, empobreciéndose enormemente su genética.
Los montes del levante peninsular, desde la desembocadura del Ebro hasta los sistemas montañosos del sur están habitados por la subespecie hispanica de pelaje más claro. Desde hace unos años esta subespecie sufre un brote de sarna que se extiende desde Andalucía hasta Cataluña.
Ante estas extinciones y declives de las cabras autóctonas provocadas en gran medida por la caza descontrolada, los intereses cinegéticos han encontrado una fácil aunque irresponsable "solución": la introducción de especies exóticas que ocupen el lugar que antes ocupaban las especies autóctonas. Así es como hoy en día encontramos en la península especies de grandes herbívoros como el gamo (Dama dama), el arruí (Ammotragus lervia) o el muflón (Ovis musimon) que habitan en nuestros montes y campos compitiendo por el espacio con las especies autóctonas.
Cuando se anteponen los intereses económicos a los de la conservación de la naturaleza siempre se tiene como resultado la pérdida de biodiversidad a mayor o menor escala. Lo ocurrido con el bucardo nos muestra cómo cuando una especie es empujada al camino de la extinción es complicado revertirlo y cómo sólo prestando una atención temprana y priorizando la conservación de las especies autóctonas sobre intereses monetarios como la caza, podremos asegurar su supervivencia. Porque ni la clonación, ni la hibridación, ni mucho menos la introducción de especies exóticas serán capaces de devolvernos aquello que ya ha desaparecido irreversiblemente de nuestros montes.
Y de propina...
Los cuernos de las cabras, como los del resto de bóvidos (vacas, ovejas, gacelas, etc) están presentes en ambos sexos, son huecos y persisten durante toda su vida, añadiéndose nuevos segmentos por cada año de crecimiento. Sin embargo en los cérvidos (ciervos, gamos, corzos, alces, renos etc.) sólo los machos presentan una cornamenta de hueso macizo que se desarrolla cada año antes de la época de celo y se desprende al final de ésta.
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